20/1/15. Carlos Vecino. Las crudas sensaciones que
transmite el innovador reportaje web de
RTVE Alma, Hija de la violencia son
cambiantes a lo largo de los 40 minutos que dura la pieza. El desprecio inicial
que uno siente hacia una joven que cuenta casi sin pestañear -e incluso con una
sonrisa que se le quiere dibujar en su rostro- lo que fue capaz de hacer con personas
indefensas para entrar en la pandilla de su barrio se va convirtiendo en
compasión en la medida que cuenta su historia personal. Compasión que se mezcla
con indignación hacia la marginación y desigualdad a la que es sometida buena parte de la población latinoamericana, en un continente donde en teoría los recursos abundan.
En realidad, entre lágrima y sollozo, lo que hace Alma es advertir a sociedades como la nuestra, que en medio de un empobrecimiento –que se suponía general- se están volviendo desiguales a marchas forzadas, del coste que puede tener dejar a colectivos enteros en la carestía, en la cuneta, sin el acceso a un mínimo de protección social que impida caer en las redes de la marginalidad y el crimen organizado, que tan bien sabe aprovechar la necesidad y la desgracia ajenas como caldo de cultivo. Y es que tras la historia de Alma lo que subyace es una desgracia colectiva, de gente obligada a abandonar su vivienda –las más de 26.000 ejecuciones hipotecarias en los seis primerosmeses del pasado año vendría a ser eso-, sin arraigo de ningún tipo y con salarios con los que hay que hacer malabares para pasar el mes. Sin intención alguna de justificar la violencia, la extorsión y los métodos propios de los maras de Nicaragua, en cuyos escalafones más bajos se recluta a los mismos indígenas que sufrieron esta violencia e intimidación de los paramilitares.
Hay claras dos cosas: que España no es Nicaragua ni hay visos de que tenga por ahora problemas con la violencia una lacra en todo el continente americano, en especial al sur del Río Bravo ; y que nunca está todo perdido. Alma ha rehecho su vida y como mínimo se ha ganado la paz, no sabemos si consigo misma pero ha dejado de sufrir el acoso de la que fuera su banda. Pero a muchos nos sigue chocando la lapidaria frase con la que se cierra el reportaje, que venía a preguntarse el por qué de violaciones, maltratos y amenazas, si no estamos en guerra. Tal vez la pregunta sea demasiado metafísica en un mundo que puede permitirse detenerse y reflexionar.
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